Algunos de los descubrimientos neurobiológicos que han contribuido a revelar cómo se forman los recuerdos son sorprendentes. Por ejemplo, el hecho de que cada una de nuestras experiencias se representa en el cerebro como un conjunto de neuronas específicas que s activan en sincronía quedó reflejado en un curioso hallazgo del neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga y sus colaboradores. Su descubrimiento tuvo una gran repercusión mediática y se conoció como «la neurona de Jennifer Aniston». En concreto, estos investigadores tuvieron la oportunidad de analizar la actividad eléctrica de neuronas específicas de un paciente con epilepsia, quien por motivos médicos debía someterse a la implantación quirúrjica de microelectrodos en su cerebro para determinar el origen de sus ataques. El generoso voluntario aceptó colaborar en la investigación y, después de que el médico le implantara los microelectrodos en una región del cerebro relacionada con la memoria, observó diversas imágenes que los investigadores le mostraron en la pantalla de un ordenador portátil.
Una de las neuronas monitorizadas no parecía responder ante ningún estímulo, hasta que en la pantalla apareció la fotografía de Jennifer Aniston, la actriz que se hizo famosa por su papel de Rachel en la popular serie de Friends. Otras fotografías de celebridades no estimularon la neurona, así que nose trataba simplemente de una célula que participase en el procesamiento de rostros. Además, fotografías distintas de la misma actriz causaban el mismo efecto. Por supuesto, esto no se interpretó como que esa neurona po sí sola contuviera los conocimientos del sujeto sobre la actriz -sería improbable encontrar, entre los millones de neuronas posibles, precisamente la que correspondería a Jennifer Aniston, sino que formaba parte del patrón neuronal o eneagrama, integrado por una multitud de neuronas, que la representaba en su memoria. Es más, cuando el paciente vio una fotografía de Lisa Kudrow (la intérprete que en la misma serie hacía el papel de Phoebe), la neurona también respondió. Esto sugería que las mismas neuronas forman parte de distintos engramas que corresponden a conocimientos relacionados por su significado. Cabe decir que ocurrió algo similar en otro caso en que una neurona solo respondió a imágenes de Luke Skywalker y Yoda (personajes caris máticos de la saga Star Wars), respectivamente.
Angela George. Jennifer Aniston en el paseo de la fama 2012 (CC BY-SA Wikimedia Commons)
Los hallazgos que han contribuido a respaldar la noción de que el aprendizaje resulta de los cambios en las conexiones de las neuronas que se activaron juntas no son tan glamurosos como los que acabamos de comentar.
Sin embargo, vale la pena mencionar algunos de los que abrieron la senda para confirmar la intuición que en su momento tuvo Ramón y Cajal. Las protagonistas de estos experimentos no fueron actrices famosas, sino ejemplares de babosas marinas, también conocidas como "liebres de mar" (ya hemos advertido de la falta de glamour). Corrían los años sesenta y el neurocientíficoEric Kandel se enfrentaba al reto de comprobar si la experiencia se traduciría en cambios en las sinapsis de las neuronas implicadas. En aquel momento, esto parecía una misión imposible: ¿cómo podría uno encontrar las diversas neuronas que formaban parte del eneragrama que una experiencia concreta activó? A Kandel se le ocurrió cimplificar el problema y buscar un organismo vivo que manifestase algún tipo de aprendizaje, pero que fuese lo suficientemente sencillo como para lograr identificar las neuronas que participaban en dicho aprendizaje. Así es como empezó su historia con las babosas marinas, un trabajo que, bromas aparte, le valió el Nobel de Medicina en el año 2000.
Para empezar, Kandel y su equipo constataron que su organismo modelo, Aplysia californica, exhibía la facultad de aprender por habituación. Si tocamos el sifón de este animal -es decir, el tubo por el que expulsa agua tras extraerle el oxígeno para respirar-, su reacción inmediata es la de replegar el abanico que forman sus branquias. Pero si repetimos el contacto varias veces, el animal deja de responder, esto es, se habitúa al estímulo porque no supone ninguna amenaza. A partir de aquí, basta con encontrar las neuronas del circuito que subyace a este comportamiento y analizar qué es lo que cambia en ellas como para que el comportamiento se modifique.
Por suerte, el cerebro de Aplysia californica, sí se le puede llamar así al ganglio que se sitúa en su abdomen, es de los más sencillos del mundo animal. Además, es posible aislarlo mientras sigue conectado a las neuronas sensoriales que detectan los estímulos en el sifón y a las neuronas motoras que provocan la retracción de las branquias.
Genny Anderson. Babosa marina borracha (Aplysia californica) (CC BY-SA Wikimedia Commons)
Esto permite ir estimulando neuronas hasta identificar las que participan en el comportamiento descrito, es decir, las que formarían el engrama. A partir de ahí, es posible analizar qué cambios sufren las neuronas cuando se pro duce el aprendizaje por habituación. Lo que Kandel y su equipo encontraron, como ya se avanzó, fue que dichos cambios ocurrían en las sinapsis.
Los trabajos mencionados son ejemplos de los miles de experimentos que, desde que Ramón y Cajal lanzase su conjetura sobre las sinapsis, nos han ayudado a comprender las bases biológicas de la memoria. En definitiva, las experiencias activan conjuntos de neuronas concretos y, tras activarse, las neuronas se vinculan entre ellas para guardar el patrón activado y poder reactivarlo en el futuro. Cuando se trata de nuestros recuerdos y conocimientos, estos patrones representan la información codificada. Así que la memoria de trabajo corresponde a los patrones que activamos en un momento determinado, y la memoria a largo plazo subyace en esos cambios en la conectividad de las neuronas que ofrecen el potencial de reactivarlos.