En la Psicología Cognitiva se habla de arquitectura para hacer referencia a los componentes básicos del diseño de un sistema de procesamiento de información, con la salvedad de que tales componentes representan las estructuras físicas subyacentes sólo a un nivel abstracto (Simon y Kaplan, 1989). En este sentido, se postula que para desempeñar adecuadamente sus funciones, la memoria cuenta con una arquitectura funcional en la que están especificados los componentes básicos de toda arquitectura cognitiva; a saber, una estructura organizativa (i.e., los componentes invariantes o sistemas de memoria), unos procesos que operan en ella (i.e., codificación, almacenamiento y recuperación) y un sistema de control.
Resulta oportuno señalar que aunque el objetivo primordial de los psicólogos de la memoria haya sido siempre comprender cómo trabaja la memoria, los intentos sistemáticos y rigurosos por definir su arquitectura, esto es, por especificar sus componentes básicos, forman parte de la historia moderna del estudio científico de la memoria. De hecho, y como ya se ha insinuado, una de las características más genuinas de la investigación de la memoria humana desde los primeros años de la era cognitiva fue, sin lugar a dudas, la elaboración de modelos –claramente influenciados por la analogía del ordenador– en los que se explicitaban arquitecturas básicas de memoria. Como ha señalado en años recientes el profesor William K. Estes (1999), de la Universidad de Harvard, a comienzos de la década de 1960 se inició una ola de actividad en la formulación de modelos de memoria que alcanzaría su cresta máxima en 1970 con la aparición de Models of human memory, una obra de gran impacto compilada por Donald Norman, de la Universidad de California en San Diego.
En el origen de aquella corriente hay que situar el trabajo del psicólogo británico Donald Broadbent (1958), de la Universidad de Oxford, que sería el primero en describir la memoria (en interacción con la percepción y la atención) mediante un modelo cuya característica central era la división de la memoria en distintas fases de procesamiento o “almacenes”. La influencia del modelo de Broadbent fue de tal calibre que prácticamente todos los modelos sobre aprendizaje y memoria verbal aparecidos en las décadas de 1960 y 1970 podrían considerarse como desarrollos del mismo. Unos años más tarde, Bennet Murdock (1967), de la Universidad de Toronto, describiría las características esenciales de gran parte de aquellos primeros modelos mediante el llamado modelo modal de cómo trabaja la memoria, esto es, un modelo-resumen de todos ellos, y entre los que destacan el de Waugh y Norman (1965) y, muy especialmente, el de Atkinson y Shiffrin (1968), en cuya exposición nos detendremos en el siguiente apartado. Como ilustra la Figura 3.1, el “modelo modal” es un reflejo claro de la tradición de los modelos de procesamiento de información, que postulan una serie de fases, almacenes o sistemas organizados secuencialmente a través de los cuales fluye la información. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que la idea de que la memoria puede descomponerse en diferentes sistemas es antigua en psicología, teniendo en cuenta que William James, en su influyente obra Principios de Psicología,
publicada en 1890, ya propuso distinguir entre una “memoria primaria” y una “memoria secundaria” (lo que hoy entendemos por memoria a corto y a largo plazo, respectivamente). La misma idea sería planteada por Donald Hebb en 1949, quien consideró necesario distinguir entre una “memoria a corto plazo” y una “memoria a largo plazo” en su teoría de memoria de la “doble huella”. Sin embargo, esta distinción, muy popular entre los psicólogos de la memoria desde finales de la década de 1950, no sería ampliamente aceptada
hasta los primeros años de la década de 1970. Desde entonces, la evidencia experimental ha aconsejado fragmentar, a su vez, tanto el sistema de memoria a corto plazo como el sistema de memoria a largo plazo (ver también sistemas de memoria).
Alba Nájera Escudero. Modelo modal de Atkinson y Shiffrin (CC-BY-SA)